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Gestión de las emociones

Normalmente, nadie nos enseña a relacionarnos con nuestras emociones. De hecho, muchas veces, incluso, desde que somos pequeños, se nos incita a no mostrarlas. Esto lleva a que según vamos creciendo, cada vez estemos más desconectados de nuestro mundo emocional.

La sociedad, en general, invierte mucho en educarnos en el pensamiento lógico y racional, en todo aquello de lo que se encarga nuestro hemisferio cerebral izquierdo, y deja en un segundo plano los aspectos relacionados con el hemisferio derecho como pueden ser las emociones, los sentimientos, la creatividad, el arte…

Como consecuencia de todo esto, la mayoría de las personas miramos al mundo desde lo racional, y no tenemos ni idea de cómo manejar las emociones. Lo que lleva a que estemos disociados de las mismas y no nos permitamos sentir, reprimiendo la emoción. O por el contrario, las emociones están presentes pero no sabemos muy bien cómo gestionarlas, viéndonos desbordados y teniendo importantes altibajos.  

Algo que también tiene mucho que ver con todo esto, y que seguro que te suena, es eso de “yo la teoría me la sé muy bien, pero luego cuando tengo que llevarlo a la práctica…” Y precisamente, este es el síntoma más claro de que no hay interrelación entre tu parte racional y tu parte emocional. Cada una baila a su compás y no se retroalimentan. Es como si no existiese un puente entre ellas, o el cable por el que se comunican estuviese cortado.

Una mala gestión emocional es la causa de muchas de las cosas que nos pasan: de la ansiedad, el estrés, el miedo, los problemas de autoestima, la inseguridad, la no integración en nuestra biografía de algunos acontecimientos que hemos vivido, los conflictos internos, la irascibilidad…

Para aumentar nuestra calidad de vida y tranquilidad es fundamental una educación emocional que nos permita aprender a relacionarnos con nuestras emociones, es decir, dejarnos sentir cuando tengamos que sentir, transitar todas y cada unas de las emociones el tiempo que necesitemos en respuesta a las cosas que nos pasan pero sin quedarnos anclados, integrar lo racional y lo emocional para que caminen en una misma dirección, aprender a expresar verbalmente cómo nos sentimos, encontrar nuestra forma de canalizar la emoción, aprovechar las emociones de forma creativa y fomentar la expresión corporal, etc.

El objetivo es que aprendamos a escucharnos a nosotros mismos, respetarnos, y conocernos. Para ello, gran parte del trabajo terapéutico se centra en que puedas reencontrarte con tu niño o tu niña interior, ese estado del yo que solemos tener tan abandonado, pero que cuando conectamos con él no sabemos cómo hemos podido vivir hasta el momento sin tenerle presente.

El yo niño, es nuestra parte más emocional, espontánea, auténtica… es donde se han quedado muchas de nuestras creencias limitantes, nuestros miedos, nuestras heridas de la infancia… aspectos que de forma inconsciente interfieren e influyen en nuestro día a día y que desde lo racional no se pueden sanar. 

Cuando trabajamos sobre nuestra relación con este estado de nuestro yo, aprendemos a gestionar nuestras emociones, aumenta nuestra autoestima, mejora nuestro autoconcepto, y nuestra forma de estar en el mundo cambia cualitativamente. Aprendemos a vivir en el presente y muchas de las cosas que antes nos parecían imposibles o muy complicadas, de repente se vuelven fáciles.

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